Sissa y la leyenda del origen del ajedrez

A principios del siglo V, había en la India un monarca muy poderoso llamado Shirham, quien había quedado totalmente consternado tras haber perdido a su hijo en la guerra. A pesar de ser tan rico y estar rodeado de tantos placeres, no conseguía gozar de ninguno de ellos y no lograba encontrar la felicidad. Hasta tal punto llegó a ser su sentimiento de tristeza que se olvidó de gobernar a su pueblo.

Los sacerdotes del reino y sus consejeros más cercanos trataron de animar al rey, ofreciéndole todo tipo de sabios consejos, pero todo intento fue en vano.

Cierto día, el rey fue informado de que un joven brahmán, pobre y humilde, pedía ser recibido. En realidad, el brahmán ya había hecho esta petición varias veces, pero el rey siempre la rechazaba, diciendo que su espíritu no estaba suficientemente fuerte para recibir visitas. Sin embargo, esta vez el rey decidió escucharle y ordenó dejar pasar al joven a sus aposentos.

- ¿Quién eres tú? ¿de dónde vienes? ¿qué pretendes conseguir con molestar a nuestro Rey y Señor?- preguntaron los sirvientes del rey al misterioso visitante.

- Mi nombre es Lahur Sissa -respondió el joven brahmán- vengo de un pueblo llamado Namir y he viajado durante 30 días para llegar hasta aquí, pues hace tiempo me llegó la noticia de que nuestro rey está sumido en una profunda tristeza por la pérdida de su hijo en una de las batallas de la guerra. Por eso, he venido desde tan lejos para ofrecerle un regalo, que le hará olvidarse de sus penas.

Sissa puso delante del rey un tablero con 64 casillas de igual tamaño. Encima estaban colocados dos juegos de piezas, la mitad blancas y la mitad negras. Las piezas tenían forma de figuras ordenadas simétricamente en los dos lados del tablero y unas extrañas reglas regían sus movimientos. El rey estaba muy interesado por las reglas del juego que le iba enseñando el joven Sissa, quien explicó que el rey en el ajedrez es la pieza más importante pero que no puede sobrevivir sin la ayuda de las otras piezas y peones. De este modo, Sissa consiguió enseñar al príncipe que el éxito del buen gobernador se basa en la armonía entre él y sus súbditos.

Emocionado por el juego que acababa de aprender, el rey jugó durante días y pronto se convirtió en su pasatiempo favorito. Mientras jugaba se olvidaba de su profunda pena y, poco a poco, fue recuperando la alegría. Así pues, el rey, profundamente agradecido por el regalo que le había hecho Sissa, hizo llamarlo a su presencia y quiso ofrecerle como recompensa todo lo que deseara.

- Soy el monarca más poderoso y tengo suficientes riquezas como para cumplir tus deseos más elevados. Pídeme lo que quieras -dijo el rey.

Sissa, que era muy modesto y humilde, le contestó que el mejor regalo era que el rey hubiera recuperado la salud. Pero ante la insistencia del monarca, Sissa contestó:

- Tan solo manda que me entreguen un grano de trigo por la primera casilla del tablero, dos granos por la segunda casilla, cuatro granos por la tercera casilla, ocho por la cuarta, y así sucesivamente, doblando el número de granos en la siguiente casilla, hasta llegar a la número sesenta y cuatro.

El rey se quedó sorprendido ante tan humilde petición y se echó a reír a carcajadas, diciendo que le podría haber pedido cualquier cosa y, en cambio, se conformaba con unos pocos granos de trigo. Inmediatamente hizo traer un saco de trigo para pagarle al joven Sissa su extraña recompensa y le dijo:

- Recibirás tu recompensa tal y como deseas, pero has de saber que tu petición es indigna de mi generosidad. Al pedirme tan mísera recompensa, menosprecias, irreverentemente, mi benevolencia.

Sin embargo, cuando los matemáticos del reino hicieron los cálculos necesarios, resultó que no había en toda la Tierra trigo suficiente como para pagarle a Sissa su recompensa, pues la cantidad total de granos de trigo necesarios ascendía a la astronómica cifra de 18.446744.073709.551615 (más de 18 trillones). Sería necesario cultivar la Tierra entera durante más de 21685 años para poder reunir la cantidad solicitada por el joven Sissa.


Sissa había querido demostrar de esa manera al rey que una modesta petición puede tener un alto coste. Sin embargo, una vez que el rey tomó conciencia de ello, Sissa retiró su petición inicial y se le concedió ser el gobernador de una de las provincias del reino.


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